Viajar liviano, para tener espacio para llenar la mochila de recuerdos... Latir y dejar que cada impulso nos lleve como la brújula de Sparrow, a cumplir los deseos más profundos de nuestro corazón. Descubrir y descubrirnos, es esta la experiencia.

El gato de Cheshire

Yo, cuándo sonrío frente al espejo -.

Quién suscribe les está muy agradecida de que hayan llegado a este punto, en el que calculo que si pincharon sobre la página de “Tú y yo estamos locos Lucas”, es que quieren saber más sobre mí y el blog.
Estas humildes líneas nacen de las manos de quien palpita con cada letra y respira con cada palabra. Soy oriunda de San Nicolás, provincia de Buenos Aires. Bien al norte, tocando el límite con Santa Fe, de donde es oriundo Alejandro (Empalme para más datos), mi compañero de aventuras y marido (si, somos legales) con quién además sostenemos la eterna disputa entre unitarios y federales. Motivo por el cual cuando nos preguntan de donde somos, es muy gracioso ver su cara cuando replican a nuestro pago nicoleño, como un mantra: “Buenos Aires”.
Soy periodista, de esa clase que gusta sentarse a charlar con la gente en vez de ir por el típico esquema "pregunta-respuesta". Una simple nota de diez minutos ¡A mi puede llevarme dos horas! pero me gusta particularmente que la relación con las personas que queda de la entrevista, dure más que unos minutos. Suele ser una bonita forma de hacer amigos.
Me gusta contar historias y también me gusta viajar. Por eso todo lo que se ve y lo que se lee por acá es de mi autoría, salvo algunos textos de Alejandro, con quién comparto viajes y además colabora con este espacio.
El placer de la escritura lo descubrí de la mano del de la lectura, pero acaso me llevó más tiempo descubrir el de viajar y más aún  darme cuenta que ser turista y ser viajero no son la misma cosa. Unos solo buscan divertirse, los otros, además aprender. Ambas posturas, sin embargo, me resultan igual de legítimas y de hecho, no creo que una invalide la otra. Para mí, cada viaje es una oportunidad para crecer, no solo como viajera, desafiándome a llegar un poco más lejos de lo que fui ayer; sino también como persona, aprendiendo de cada una de las almas que el camino me propone.
No sé si exista la casualidad o la causalidad, pero si puedo afirmar que hubo mojones en la vida que me llevaron a tomar los giros que me trajeron hasta acá. 
En el medio encontré la plasticidad de la fotografía como una forma de recordar. (Dicho sea de paso, si quieren ver más pasen por la Revista Golondrina, un pequeño portafolios donde subo las fotos). Me da fiaca tomar demasiadas notas mientras voy viajando. Esto puede sonar contradictorio pero es justamente porque lo intenté, que puedo decir que me gusta plagar de detalles los relatos y entonces cada sesión frente a la hoja con la birome se vuelve eterna. Por eso tomo fotos. Encuentro en el relato fotográfico una forma fiel de narración con la que además me siento muy cómoda. Es, tal vez, el soporte de la memoria que más me ayuda a la hora de reescribir vivencias. El resto es puro sentimiento. Es puro aroma, textura, color y sabor.
Esa soy yo. La que se entierra en Iruya en el rio de piedras seco, solo para sentir mejor el roce de las rocas entre las manos; la que la última noche en Mar del Plata se descalzó y se mojó en el agua fría en un ritual para despedirse una vez más del mar; la misma que a los dos años, abría la boca mirando el cielo para comerse la nieve que por primera vez veía caer en Córdoba.
De cada lugar me gusta llevarme algo regional, que pueda formar parte en forma definitiva de mi casa. Así, cuando miro a mi alrededor, me doy cuenta que mi vida se conforma de pequeños fragmentos, como cristales luminosos, que me recuerdan que hay un lugar en el mundo en el que puedo ser feliz más allá de trabajar y pagar impuestos. El único peligro de esto, es que cuando se te termina el frasco de café de algarroba, tenes que irte hasta San Luis para poder comprar un poco más, porque no lo venden en el chino a la vuelta de la casa. O hasta Jujuy por ricarica para el mate, o a Salta por un poco de especias de ají amarillo… solo por poner un ejemplo. Pero aun esto no es tan malo, porque también puede que sea una invitación para volver a soñar.


El de la foto es Indiana; si, por Indiana Jones el arqueólogo aventurero de las películas. Además es mi gato.

Porque cuando me pierdo a mi misma bajo el cumulo de presiones cotidianas, esos signos, esos restos de quien soy están ahí, mirándome sonrientes como el gato de Cheshire y me interrogan como a Alicia, empujándome a caminar:

"-¿Me podrías indicar hacia donde tengo que ir desde aquí?- pregunta Alicia.
 -Eso depende de a dónde quieras llegar-  responde el gato.
-A mi no me importa demasiado a donde.
-En ese caso, da igual hacia donde vayas.
-“Siempre que llegue a alguna parte”
-¡Oh! Siempre llegarás a alguna parte, si caminas lo bastante".

Entonces vuelvo a mirar el mapa que tengo sobre la cabecera de la cama y doy otro paso más.

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