La movediza bajo mis pies
TANDIL, Buenos Aires, Argentina -.
En algún momento el piso se mueve y no necesariamente hablamos de cuando alguien nos atrae. La expresión es literal. El piso de tablas de madera, en el cerro de la Movediza, se mueve y contribuye casi "sin querer queriendo", a la ilusión que genera la réplica de la famosa roca.
La mañana arrancó fría. Por que sí, en Tandil, como en otras partes del sur de la provincia, las nochecitas y las mañanas son frías. Esta no era la excepción. Fue bueno haber llevado algún abrigo al menos hasta que el sol empezara a calentar. El destino de nuestras primeras horas de la mañana era la famosa Movediza. Teníamos que ver, finalmente el destino que le daba fama antaño al lugar.
El cerro en cuestión esta un poco apartado del centro de la ciudad. Sin embargo, el lugar esta señalizado y es fácil acceder a él. Lo cierto es que al pie del cerro llegamos en el Renault 12, pero en la entrada, además de los artesanos y una fuente enmarcada en la piedra, nos esperaba un ascenso por una larga escalinata al cielo.
Debo confesar que los peldaños son una obra de arte esculpida en piedra, lo que no consigo comprender es porqué tienen que ser tan altos, lo que los torna incómodos para la subida desde mi punto de vista. La salvedad es que el ascenso cuenta con tramos que tienen espacio de descanso, y tramos de una larga escalera en la uno eleva su mirada y solo ve el cielo azul al final del camino.
Mientras se asciende, se pasa por pasillos de piedra: altas paredes conformadas por una sola roca a la vez. Gigantes que parecen escoltar hasta la reina que aguarda en el trono de la altura.
Un dato a tener en cuenta: no hay sombra. Obvio, entre las paredes de roca es algo complicado encontrar sombra, pero debe tenerse en cuenta este detalle si un va cerca del medio día.
Una vez en la cima, la piedra, que es en realidad una réplica (del 17 de mayo de 2007) de la original que yace en trozos al pie de la ladera, no es por ello menos impactante. Para poder acercarse a ella uno sube a un mirador compuesto de una tarima de madera. Y la madera cruje, el viento silva y uno siente que vuela sobre la ciudad que late a nuestros pies. Casi podría llegar a decirse que el concepto de movediza no se refiere tanto a la piedra que hace equilibrio en la cima sino a nosotros mismos parados sobre esa tarima. Allí el viento juega caprichoso con el cabello y los pañuelos, tal vez en silencioso homenaje a la majestad que da brillo a la ciudad.
El descenso debe hacerse siguiendo la ruta indicada, pero también es posible hacerlo encarando la ladera de la montaña, con declives más amenos que los enormes escalones que habíamos dejado atrás. Y así, de a poco, siguiendo mariposas que se posaban de flor en flor, de esas rebeldes que nacen entre el gris de las rocas y sus grietas, llevando brillo y color, fuimos descendiendo.
En las paredes de roca bajaban con nuestros pasos serpenteantes rastros de agua de algún otro tiempo cuyo paso había dejado su marca indeleble.
La vista panorámica de la ciudad es muy bella y armoniosa. Nos alejamos un poco caminado sobre las rocas para poder hacer alguna que otro foto panorámica. No mucho más. Atrás empezaba a quedar la piedra movediza y su eterno bamboleo sobre un punto equis de equilibrio en la cima de algún cerro.
La mañana arrancó fría. Por que sí, en Tandil, como en otras partes del sur de la provincia, las nochecitas y las mañanas son frías. Esta no era la excepción. Fue bueno haber llevado algún abrigo al menos hasta que el sol empezara a calentar. El destino de nuestras primeras horas de la mañana era la famosa Movediza. Teníamos que ver, finalmente el destino que le daba fama antaño al lugar.
El cerro en cuestión esta un poco apartado del centro de la ciudad. Sin embargo, el lugar esta señalizado y es fácil acceder a él. Lo cierto es que al pie del cerro llegamos en el Renault 12, pero en la entrada, además de los artesanos y una fuente enmarcada en la piedra, nos esperaba un ascenso por una larga escalinata al cielo.
Debo confesar que los peldaños son una obra de arte esculpida en piedra, lo que no consigo comprender es porqué tienen que ser tan altos, lo que los torna incómodos para la subida desde mi punto de vista. La salvedad es que el ascenso cuenta con tramos que tienen espacio de descanso, y tramos de una larga escalera en la uno eleva su mirada y solo ve el cielo azul al final del camino.
Mientras se asciende, se pasa por pasillos de piedra: altas paredes conformadas por una sola roca a la vez. Gigantes que parecen escoltar hasta la reina que aguarda en el trono de la altura.
Un dato a tener en cuenta: no hay sombra. Obvio, entre las paredes de roca es algo complicado encontrar sombra, pero debe tenerse en cuenta este detalle si un va cerca del medio día.
Una vez en la cima, la piedra, que es en realidad una réplica (del 17 de mayo de 2007) de la original que yace en trozos al pie de la ladera, no es por ello menos impactante. Para poder acercarse a ella uno sube a un mirador compuesto de una tarima de madera. Y la madera cruje, el viento silva y uno siente que vuela sobre la ciudad que late a nuestros pies. Casi podría llegar a decirse que el concepto de movediza no se refiere tanto a la piedra que hace equilibrio en la cima sino a nosotros mismos parados sobre esa tarima. Allí el viento juega caprichoso con el cabello y los pañuelos, tal vez en silencioso homenaje a la majestad que da brillo a la ciudad.
El descenso debe hacerse siguiendo la ruta indicada, pero también es posible hacerlo encarando la ladera de la montaña, con declives más amenos que los enormes escalones que habíamos dejado atrás. Y así, de a poco, siguiendo mariposas que se posaban de flor en flor, de esas rebeldes que nacen entre el gris de las rocas y sus grietas, llevando brillo y color, fuimos descendiendo.
En las paredes de roca bajaban con nuestros pasos serpenteantes rastros de agua de algún otro tiempo cuyo paso había dejado su marca indeleble.
La vista panorámica de la ciudad es muy bella y armoniosa. Nos alejamos un poco caminado sobre las rocas para poder hacer alguna que otro foto panorámica. No mucho más. Atrás empezaba a quedar la piedra movediza y su eterno bamboleo sobre un punto equis de equilibrio en la cima de algún cerro.
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