Toto y yo
TANDIL, Buenos Aires, Argentina -.
¿Y como voy a explicarles mi sorpresa cuando me dieron las riendas del caballo y me dijeron que se llamaba Toto? Es que "Toto" era también el sobrenombre que usábamos en casa para mi papá, ese que había muerto hacía un año y medio. Sentí que se me hacía un nudo en la garganta cuando miré a los ojos al caballo, sentí... sentí que desde algún lugar, mi papá me hacía un guiño y supe, supe que ya nunca estaría sola.
Pero esto es adelantarnos. Del tropezón en el Centinela salí airosa pero con una pata de palo, el clima amenazaba con llover y el hombre con quién habíamos contratado para realizar una cabalgata en la montaña parecía no estar del todo dispuesto por aquellos días a realizar la travesía. La última gran aventura de Tandil se presentaba algo complicada para nosotros.
Pero de eso se encargó Alejandro que mientras yo revisaba el vendaje realizó algunas llamadas por aquí, unos toques por allá y ¡Voilà! Todo estaba resuelto para pasar la tarde en cabalgata.
Costó hacer arrancar el viejo Jeap frente a al casa del hombre de los caballos. Pero con la llovizna partimos algunos a bordo del Jeap y otro poco del grupo en vehículo particular siguiéndonos.
El recorrido incluyó un breve paseo por la ciudad, algunos de los lugares por los que pasamos eran lugares que ya habíamos visitado, así que no es gran aporte realizar las referencias del caso, no más allá de notar el mural que recuerda a los tenistas Del Potro, Mónaco, “ Machi” González y otros jugadores consagrados. Cuna de deportistas que guarda en el polvo de sus canchas el secreto del éxito asegurado.
Una vez en el previo, la primera aproximación es con el entorno: los caballos están sueltos y el hijo del hombre (que no habrá tenido más de 12 años) monta en pelo uno de ellos. Es casi como formar parte del set de una película de cowboys. El hombre junta la tropilla y coloca los bocados. entonces nos mira a todos y dice que él elige el caballo para cada uno, acorde a nuestra contextura física y a del animal. Es en eso que a Alejandro le toca "Miércoles" y a mi me toca "Toto". En ese momento fue casi como sentir un guiño de mi padre que desde los ojos del animal, parecía abrazarme.
El hombre procedió a realizar las indicaciones propias para montar, fue entonces cuando le señalé mi pie y le expliqué lo ocurrido. Por suerte para mi, le quito importancia y en lo que uno suspira, él hombre me había subido de un salto sobre el caballo sin el menor esfuerzo.
Ponernos de acuerdo con el animal fue otro asunto. Me había tocado uno con temperamento que quería presidir la manada lo cual fue interesante porque obviamente yo no conocía el recorrido. Pero al final nos entendimos, íbamos delante pero con paciencia, esperando al resto.
El camino en la montaña fue divertido, y a medida que iba cayendo el sol se fue tornando mágico. Pasamos por una formación rocosa a la que el buen hombre definió como el "culo del mundo" por su aspecto y terminamos subiendo una pendiente para rodear uno de los picos entre los cerros. Por momentos el camino era estrecho y el hombre nos recordaba que había que confiar en el animal, que no tenía ninguna intención de caer al vacío y por ende, debíamos confiarnos a él.
Así llegamos a una especie de orqueta donde a modo de ritual entre todos compartimos una petaca de licor de durazno.
Al atardecer, con el sol ocultándose entre las cimas estábamos volviendo. Mágico esplendor de un día que se fundía para siempre en la memoria.
La lucha entre las intenciones, las riendas flojas pero firmes, sin lugar a dudas la comunión entre caballo y hombre nos recuerda que somos uno con las naturaleza más que nunca.
Ente las sorpresas que hay en el previo, es posible avistar restos de antiguas construcción edilicias dejadas como vestigios de una forma de vida extinta por el conquistador. Restos de viviendas y morteros junto a ellas, en piedra, aún se conservan.
Las aves y mamíferos que se encuentran sueltos en la reserva son otro punto importante de observación. Aunque también hay recintos abiertos donde se ven, por ejemplo, pumas. Animales autóctonos de la región que nos permiten apreciar mejor la vida en la naturaleza y como nosotros podemos formar parte de ella de la forma menos intrusiva posible. Así, a lo lejos y cuando volvíamos nos encontramos con un par de burritos que pastaban en la montaña.
La vuelta fue al trote, que para la experiencia del caballo acostumbrado a realizar el recorrido, solo consistió en soltarle las riendas y dejarlo volar de regreso al corral. Con el esguince me las arreglé como pude, la sensación del viento golpeando en la cara y el animal corriendo con su fuerza fue maravillosa.
Desmontar fue, más sencillo de lo esperado para alguien sin experiencia como yo y que además estaba averiada. El procedimiento consistió en desenganchar los pies del estribo y deslizarse por el costado abrazando el cuello del animal. No mucho más.
La noche la cerramos con un fogón en la estancia.
Y acá es donde uno se da cuenta que de las múltiples cosas útiles para llevar en una mochila o bolso de mano, más allá de uno fume o no, sin lugar a dudas el encendedor es una de ellas. El cierre de jornada estaba previsto con un fogón a la luz de la luna. Lo cierto es que la madera húmeda por al llovizna y la ausencia de fumadores en el viaje hizo que nuestro guía tuviera que salir a buscar un encendedor. Pero mientras él iba y venía a algún lugar cercano a pedir lumbre, recordé que llevaba uno en la mochila por si las moscas, como quien dice. Y así fue que para cuando él volvió, nosotros ya estábamos al abrigo del fuego esperándolo.
Volver fue apenas un trámite. ¿Por qué será que volver hace parecer que el recorrido es más corto? Volvimos en las camionetas al punto de partida. Desde ahí, un eterno retorno.
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