Viajar liviano, para tener espacio para llenar la mochila de recuerdos... Latir y dejar que cada impulso nos lleve como la brújula de Sparrow, a cumplir los deseos más profundos de nuestro corazón. Descubrir y descubrirnos, es esta la experiencia.

La niña de la maleta


Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina-.

Tomamos el cole de forma puntual. Estuvimos esa mañana lluviosa por primera vez haciendo un rato de tiempo en el hall del Hotel mientras esperábamos que se hiciera la hora. En la televisión, hablaban de un accidente que había de un colectivo que se desbarrancó por Mendoza.
Tantos días ne el lugar y andar pateando arena para no ver adentro. Había mucho salir a buscar, casi tanto como ahora para empezar a procesar hacia adentro.
Esperar, sentadas en un enorme sillón junto a  una barra de tragos con los bolsos a los pies, hasta que se avisó que el colectivo que nos llevaría de regreso a San Nicolás estaba en la puerta.
Bajo el agua y a medio a los apurones decidimos que llevaríamos con nosotras en el viaje y que se iría al buche del colectivo. Básicamente, aquellos bolsos que contenían caracoles fueron arriba, el resto abajo. Mientras pasábamos por la avenida que da a la costa, una cierta melancolía me invadió. El mar se veía grisáceo y turbulento. Me pregunté cuándo volvería a verlo. A mis espaldas, un padre viajaba con una nena que parecía ser su hija, y su voz me alcanzó claramente cunado dijo: “Papá, para la próxima quiero una valija para mi sola”.  
Tragué saliva inútilmente, se había hecho un nudito en la garganta. La frase había sonado como disparador a algo que sentí cuando era pequeña, probablemente como esa niña o un poquito menos quizás.
Me acordé de estar en un habitación de hotel en Córdoba con mi familia (¿O era en Mar del Plata?) y pensar, mientras mi mamá guardaba mis cosas en su bolso, el cual compartíamos, que algún día yo también tendría mi propio bolso, que quería uno que fuera solo mío. Y después, empezar la curiosa aventura de querer viajar. En colectivo, avión, tren, a dedo, a pata, no importa... moverse de dónde uno está para ir al encuentro del Otro. Sí, con mayúsculas. Empezar a caminar. Tantos años después, el recuerdo me resultó conmovedor. Son esa clase de emociones que más que recuerdos concretos, despiertan sentimientos, olores y voces. 
"Todo está guardado en la memoria, sueño de la vida y de la historia" dice Gieco por ahí. 
Y algo de razón tendrá.


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