Piel de gallina
TANDIL, Buenos Aires, Argentina.-
Este
es un paréntesis. Acaso no sea aquí, tanto un signo lingüístico de los que
solemos usar en gramática, para encerrar oraciones aclaratorias; sino más bien
uno al estilo matemático, encerrando alguna operación que deba resolverse
primero dentro de la ecuación.
Una
pequeña sensación que crece hasta convicción surge de lo que fue la experiencia
Tandil y que si bien, nada tiene que ver con el viaje en cuestión propiamente
dicho; si está ligado a las experiencias
que de ello se derivaron.
Es, por ende, tan importante, que su contenido debe
resolverse primero para no cambiar el signo de la experiencia. Por eso es un
paréntesis y no uno cualquiera. Sino acaso uno de esos que, tiempo de por
medio, uno empieza a sentir como que calaron hondo, volviéndose fundamental.
Matemático y positivo.
El
hito del que les hablo lo encontré en Rauch. Uno de los tantos poblados por los
que pasamos cuando atravesamos la 41. En realidad, el último antes de llegar a
destino.
Ahí,
un cartel con la leyenda: “Capital nacional del ave de raza” me dejó suspendida en el
kilometraje. ¿A qué hacía alusión aquella leyenda? No lo sabía. Tampoco
teníamos tiempo para detenernos demasiado a averiguarlo. Pero no pude menos que
pararme a pensar en las particularidades de los poblados por los que había pasado
en las últimas horas y en los que no nos habíamos detenido más que lo
estrictamente necesario, como para cargas gas y continuar camino. Había
encontrado mi disparador. ¿Para que viajaba? ¿Para qué, sino tenía tiempo de
descubrir lo que de particular y diferente tenía esa porción de tierra en
comparación a la que dejaba atrás?
Viajaba
para aprender, para llenar en el alma el vacío que la ausencia tras una muerte
me había dejado. Viajaba para dejar que el resto del mundo llenara el espacio
en el corazón. Tenía que volver a encontrarme con la vida, en los latidos de lo
particular. Pero eso no iba a pasar sino me tomaba el tiempo de descubrir lo
que de particular y único, tenía cada uno. Es un problema humano, tal vez
incluso, demasiado humano como diría Nietzsche. ¿Qué tan pequeño es un poblado
como para no detenernos a inspeccionarlo? Un caserío incluso abandonado puede
estar compuesto de escombros de historias que palpitan entre sus restos. Puede
incluso ser la última oportunidad de encontrar un halito de vida antes de que
se pierda definitivamente en la historia.
Por
eso me planté en Rauch. Viajaba para vivir, y tenía que aprender a vivir; por lo que quería aprender para no solo pintarme con los colores del paisaje,
sino también y sobre todo, beberme a sorbitos el aliento de vida que el camino
exhalaba. Alejandro me miró perplejo. Su mayor preocupación
era llegar cuanto antes a destino. Con este reclamo, venía yo a plantear un inconveniente a la cuestión práctica de unir A con B. Problema que estoicamente sobrellevó y me hizo el aguante para husmear en la ciudad aunque más no fuera al sesgo.
Así fue como en la plaza principal nos volvimos a encontrar con una escultura de metal de gran porte, en esta ocasión, en homenaje a los pueblos originarios. Era importante de ahora en adelante, recordar que la tierra estaba regada con la sangre de quienes intentaron defenderla, porque sería un tema que volvería recurrentemente a nuestro encuentro.
También había una curiosa fuente en el centro de la plaza, mitad fuente mitad anfiteatro. Y como no podía ser de otra forma, alrededor de la plaza encontramos también dos edificios importantes y representativos de la vida comunal: la iglesia y la municipalidad.
De las dos, fue la segunda la que me resultó más extraña por su arquitectura particular.
Pero a estas alturas, deberá usted, lector atento, preguntarse ¿Qué tiene que ver todo esto con la "Capital nacional del ave de raza" del cartel de la entrada al pueblo? Pues déjeme contarle, como me contaron a mi, que ahí se hace la fiesta nacional del ave de raza, como reconocimiento a los productores avicultores de la localidad, cuyo labor de selección apunta a mejorar las razas tradicionales de aves de corral. Entonces uno empieza a vislumbrar que eran esas casitas perdidas en medio de la nada con comederos que se veían desde la ruta, cada tanto. Y a preguntarse, en cual de todas ellas se habrá filmado Chicken Little.
¡Salud por Rauch! porque ahí comprendí que de ahora en adelante no debería dejar un solo pueblo más... porque ahí es donde se maceran los licores de historias más curiosos y añejamente sabrosos.
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