Viajar liviano, para tener espacio para llenar la mochila de recuerdos... Latir y dejar que cada impulso nos lleve como la brújula de Sparrow, a cumplir los deseos más profundos de nuestro corazón. Descubrir y descubrirnos, es esta la experiencia.

Por la 41

Tandil, provincia de Buenos Aires, Argentina.


Viajar puede ser muchas cosas, pero por mi parte solo puedo decirles que la experiencia de ir a Tandil en el Renault 12 sin lugar a dudas se asemejó mucho a pintar con los matices propios de una provincia, una pequeña obra de arte.
El bosquejo ya lo teníamos trazado sobre el lienzo, ahora tocaba empezar a pintar. Así es como la ruta nos encuentra de madrugada, escuchando radio y viendo las luces de los autos pasar. Salimos de San Nicolás en el vértice norte de la provincia; y fuimos, sin saber buscando qué al sur de la misma, tal vez solo para encontrarnos a nosotros mismos al final. 
Para la ocasión, llevábamos un itinerario de rutas y distancias que habíamos armado con RUTA0 impreso como para intentar no perdernos. Sabíamos que era importante no pasarnos las paradas obligadas de GNC porque dada la creciente distancia entre poblado y poblado hacia el sur, se podía complicar cargar combustible de otra forma.



Acostumbrada al paisaje de la RN188, la 21 o incluso la 9, la 41 despertó en mi cierta sorpresa. Por lo general la soja es la compañera de viaje infaltable en el norte de la provincia de Buenos Aires. Las taperas son desmontadas para aumentar la cantidad de superficie sembrable y casi no se ven árboles a la vera de la ruta.
Por eso, cuando nos metimos por la 41, me llamó la atención lo verde que se veía la banquina. 
Cada tanto, entre tramo y tramo, tanques siternas dejados como al descuido al costado de accesos a caminos secundarios, nos hacían pensar en que esa era una zona lechera.
Mojones silenciosos que hablaban de la vida económica de la región.
Más delante, nuevas marcas, esta vez de pintura blanca. Captaron de inmediato nuestra atención las líneas de senda peatonal que muy a las perdidas logramos ver en la ruta, atravesándola, de campo a campo. Tal vez no eran más que las marcas visibles que mi imaginación completaba con la presencia vieja de alguna escuela rural. Lo cierto es que era un poco inquietante ver esas marcas solitarias, que nacían en la banquina de un campo y morían en el de enfrente, sin viviendas ni construcciones cerca que justificaran a simple vista esos pasos peatonales en esa ubicación. Marcas que evocaban con melancolía la vida rural. ¡Casi podía uno imaginarse personas cruzando de un campo a otro, para perderse entre los sembradíos!
Más delante, empezamos a enroscarnos en las rotondas que minaban el trayecto que seguíamos. Los cruces de ruta se abrían como múltiples opciones que explotaban en las rotondas donde se anudaban y a la vez nacían las diferentes opciones. Era importante estar atentos para no terminar en la otra punta de la provincia.


En medio de uno de esos cruces de caminos, la estatua que ensalza al productor rural en la entrada a una de las ciudades por las que pasamos nos sorprendió tanto por su tamaño como por la temática. Era de proporciones considerables y estaba realizada con lo que nosotros podríamos pensar, desechos de metal. Pero que juntos, en la obra conformaban la imagen del productor rural tirado por un caballo. Extraña mixtura, donde la tierra parece fundirse con la fuerza del metal. 
Más al sur aún de Buenos Aires, este tipo de obras artísticas empezarían a ser una constante, así como el material con el que están realizadas. Este apartado no pudo menos que hacerme pensar en Antonio Berni y su serie Juanito Laguna de alguna forma.
Otra de las presencias que descubrimos al paso, fue la de los molinos de viento: estilizadas construcciones que se elevaban y giraban con monótona suavidad rasgando el velo del cielo. Lo etéreo del momento nos recordó a Cervantes y al Quijote, con quien volveríamos a encontrarnos más tarde, aunque para eso aún faltaba bastante.


Cerca de la localidad de Las Flores, los girasoles me sorprendieron recortando conejitos de algodón entre las nubes que amenazan con tormenta con mis ojos. Y fueron, una de las más bellas sorpresas. ¡Ahora era Vincent van Gogh el que sonreía burlón desde algún lienzo! Y si bien uno piensa en Los Girasoles, a mi el contraste de colores más bien me recordaba a Campo de trigo con cuervos. Puede uno preguntarse que tiene de particular un sembrado de girasoles. Pues debe decirse que en la zona de San Nicolás ya no es tan común verlos como tal vez lo fuera antaño. Supe más tarde, sin embargo, que por el tipo de suelo y clima, el del sur de Buenos Aires era más propicio para el sembrado de esta oleaginosa.
En la memoria, el brillante contraste de los colores de los girasoles contra el cielo se agiganta. Mientras que a lo lejos, se adivinaba la lluvia, que no tardaría mucho en alcanzarnos


El último tramo resultó inquietante en su desolación. Las distancias entre poblado y poblado se agigantaron de forma notable y en el horizonte solo destacaba un llano vacío, incluso de vegetación. El caudal de tránsito, que hasta el momento había sido considerable, mermo notablemente. Las tierras parecían más bien aptas para ganado que para sembrados. Comenzamos a preguntarnos entonces a que distancia estaríamos de nuestro destino, hasta que la sorpresa nos vino por el horizonte, donde las sierras empezaron a contornearse. El sueño de Tandil empezaba a dibujarse con la solidez de las piedras.

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