El Centinela en la cantera
TANDIL, Buenos Aires, Argentina -.
El Centinela fue la parada obligada tras la Movediza. Es la segunda piedra famosa de Tandil y parada obligada para los que gustan de leyendas románticas. Porque si bien si bien se lo llama el Centinela, nada tiene que ver con la seguridad que puede haber tenido la vieja cantera que se encuentra a sus pies. Sino más bien, con la leyenda, historia de amor de un hijo de pueblos originarios, que espera que su amada regrese.
Peripecias del camino. En el estacionamiento del
previo de la movediza, el playero que cuidaba el lugar nos indicó como llegar
al Complejo Cerro El Centinela. Pero también nos dijo, creía que estaría cerrado por el día de la
semana que era.
Arriba del auto intercambiamos
miradas. Por suerte Alejandro decidió no dejarse llevar por el comentario e
intentar llegar a conocerlo igual aunque había que alejarse un poco de la zona
de la ciudad propiamente dicha.
Entonces volvimos a
encontrarnos con los colores brillantes del campo y el camino sinuoso con
subidas y bajadas se volvió una constante. Hasta que a lo lejos, en la cuesta,
pudimos ver como un Falcon la subía con dificultad. Creo no exagerar si digo
que los dos recordamos la experiencia del estacionamiento del hotel y suspiramos.
Por las indicaciones que habíamos seguido, entendíamos que era detrás de esa
cuesta que se encontraba precisamente el acceso que estábamos buscando. Así que encaramos la subida tomando carrera y una vez en la cima nos acercamos a unos lugareños a preguntar por el acceso que estábamos buscando. Pero resultó ser que dicho acceso lo habíamos dejado atrás justo antes de la cuesta que no quedó otra que volver a bajar para tomar el rumbo correcto.
Ahí nos encontramos con un camino alternativo de tierra consolidado que nos llevó al acceso del cerro en cuestión. Pero, y dadas las últimas experiencias, decidimos dejar el auto en la entrada del previo, para no forzar la suerte con una nueva subida tan empinada. Así que empezamos a caminar en subida, el tramo no es más de unos 500 metros y ahí uno se encuentra con la boletaría que conduce a la aerosilla y el acceso a al mirador del Centinela.
El perrito en la aerosilla. Desde la fila de la boletería que efectivamente se encontraba abierta, Ale ojeo la aerosilla. Y yo lo miré con una sonrisa escurridiza, de esas que son fugitivas de aquel que las provoca. La altura creo que no le gustaba. Tras sacar el boleto hicimos la fila y a medida que se acercaba nuestro turno, uno podía ver mejor la canastilla donde sentarse, sujetada por un tirante al mecanismo por el que se deslizaba y trababa las personas sobre la silla, solo con un apoya manos. Adelante nuestro se sentó un hombre que viajó con un caniche pequeño. El peludito no dejaba de moverse, mientras a mi lado, Alejandro estaba estático. Eran dos caras de una misma moneda. uno muy confiado porque iba en brazos de su dueño, y el otro super asustado. Solo hacia el final del recorrido y tal ve que por un hombrecito hacia señas para que sonriéramos mientras nos apuntaba con una cámara, conseguí que Alejandro soltara el barral mientras decía entre dientes: "dos veces no me agarrás". Una vez en el parador al que se arriba, hay baños y un bar aguardando a los turistas. Pero nosotros decidimos emprender el camino de recorrida a la cantera.
La cantera y el bosque. El recorrido en cuestión nos llevó por senderos abiertos sobre las rocas, antiguos caminos que hablan de la mano obradora que a fuerza de golpes abrió la roca. Historia de picapedreros que concluye en un bosquesillo plantado muy bello. Ahí mismo se puede hacer la experiencia de tomar agua de una surgente, que fue acondicionada hasta con una canilla para que los turistas y viajeros puedan refrescarse. El regreso es por el mismo sendero, al parador en la cima del recorrido de la aerosilla. Una vez allí, te dan la opción de comprar la foto que te toman mientras vas pasando. Consejo: ¡No olviden sonreír!
El descenso es por la misma aerosilla. Pero tal vez como una ya va de bajada, el recorrido parece ligeramente más corto que de subida. Ilusión óptica que como siempre, aparece cuando uno va de vuelta de su aventura.
"¡La va a empujar!". A la bajada de la aerosilla uno toma el camino que lleva al Centinela. El recorrido tiene escalinatas de piedra cada tanto, pero esta vez de más fácil acceso que en la movediza ya que los peldaños son más bajos y más cómodos. Al irse acercando al lugar donde reposa la enorme roca, el paisaje se limpia de verde y solo las rocas descansan sobre el abismo que se abre a los pies del Centinela. Es posible acercarse a ella, pero debe pasarse por un pasillo natural angosto. Aunque no es necesario hacerlo ya que desde el mirador se pueden obtener muy bellas fotos con la ciudad de fondo. Sin embargo, yo recordaba haber visto alguna foto circulando en la web donde una persona simulaba empujar la roca (que debe aclararse, es enorme e indudablemente pesada) mientras alguien tomaba la foto. Como comprenderán, dada la experiencia de la aerosilla, no fui yo quien tomo la foto. Así que ahí fui, a través de la pasarela a simular que empujaba la roca para tomarme la foto. Lo más gracioso sin embargo no fue esto, sino más bien la reacción de todos los presentes que empezaron a gritar: ¡La va a empujar! ¡La va a empujar! Obviamente esto era físicamente imposible además de no ser mi intención. Pero la foto quedó graciosa. Aunque como se verá en la siguiente entrada, la empujada fue otra cosa.
El descenso es por la misma aerosilla. Pero tal vez como una ya va de bajada, el recorrido parece ligeramente más corto que de subida. Ilusión óptica que como siempre, aparece cuando uno va de vuelta de su aventura.
"¡La va a empujar!". A la bajada de la aerosilla uno toma el camino que lleva al Centinela. El recorrido tiene escalinatas de piedra cada tanto, pero esta vez de más fácil acceso que en la movediza ya que los peldaños son más bajos y más cómodos. Al irse acercando al lugar donde reposa la enorme roca, el paisaje se limpia de verde y solo las rocas descansan sobre el abismo que se abre a los pies del Centinela. Es posible acercarse a ella, pero debe pasarse por un pasillo natural angosto. Aunque no es necesario hacerlo ya que desde el mirador se pueden obtener muy bellas fotos con la ciudad de fondo. Sin embargo, yo recordaba haber visto alguna foto circulando en la web donde una persona simulaba empujar la roca (que debe aclararse, es enorme e indudablemente pesada) mientras alguien tomaba la foto. Como comprenderán, dada la experiencia de la aerosilla, no fui yo quien tomo la foto. Así que ahí fui, a través de la pasarela a simular que empujaba la roca para tomarme la foto. Lo más gracioso sin embargo no fue esto, sino más bien la reacción de todos los presentes que empezaron a gritar: ¡La va a empujar! ¡La va a empujar! Obviamente esto era físicamente imposible además de no ser mi intención. Pero la foto quedó graciosa. Aunque como se verá en la siguiente entrada, la empujada fue otra cosa.
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