Viajar liviano, para tener espacio para llenar la mochila de recuerdos... Latir y dejar que cada impulso nos lleve como la brújula de Sparrow, a cumplir los deseos más profundos de nuestro corazón. Descubrir y descubrirnos, es esta la experiencia.

El señor de los caballos


TANDIL, Buenos Aires, Argentina.-

Viajar a Tandil tenía varios objetivos. Hacer un viaje corto de pocos días, alejándome de la humanidad, de la tecnología. Desprenderme de las preocupaciones, de la cotidianeidad y dejar de arrastrar el peso de la presión que causa a veces la humanidad.
Había googleado Tandil, tenía una ruta delineada, sabía qué cosas podría encontrar y qué lugares visitar de antemano.
Leí algo de la historia de la ciudad, de las fraguas y de los picapedreros. Al re pedo, cierto. En ese momento entendí la banalidad de muchas cosas cotidianas.  La importancia de la ausencia de significaciones predefinidas, de manuales de viajeros, de derechos de autores prodigios. Ese día entendí la importancia de tener mis propias experiencias, mis propias valuaciones de las cosas que veía. Pero bueno, no me quiero ir tanto de tema.
Si para algo me sirvió el paso previo por las redes antes de partir, fue para entusiasmarme con la idea de llevarla a Vanesa a cabalgar por los cerros, por las montañas gastadas, para después terminar en una guitarreada, en un fogón.
Tenía tal entusiasmo que había hablado con el Señor de los Caballos antes de partir. Quedamos en nada, en que cuando estuviese en Tandil lo llamaría para concretar un encuentro, unas cabalgatas por ahí.
Cuando llegamos a Tandil lo llamé. Lo llame casi cien veces y no me pude comunicar.
Pero no me acobardé, la cabalgata tenía que ser un broche, la frutilla del postre, la joya de la corona.
Y al Señor de los Caballos empecé a buscarlo por todos lados. Por avisos de turismo, por guías telefónicas, por debajo de las piedras. Y como todo el que busca encuentra, no iba a ser la excepción: Lo encontré donde menos lo pensaba pero en el lugar más obvio. Estaba en su casa con su hijo.
“Hola, vos me habías llamado... Si, me acuerdo. ¿De San Nicolás no? Mirá no vamos a hacer la cabalgata porque me voy unos días a Mar del Plata con mi hijo, ahora que lo tengo unos días conmigo”.
Fueron pocas palabras y todo se detuvo. Cómo explicarle a Vanesa que no habría paseo enamorados sobre dos briosos corceles. No. No acepto la negativa. Y lo voy a convencer aunque tenga que ponerme a fabricar adoquines para pagarle.
No hizo falta mucho y, a decir verdad; se dejó convencer con apenas un Si, pero. Así que ahí estábamos a punto de poner fecha: “Pasa en unos días” me dijo.
En unos días no. Pasado mañana me vuelvo a San Nicolás. Tiene que ser entre hoy o mañana, a más tardar pasado. Después se olvida el sueño y al caballo que se lo trague la montaña.
Listo, pasen en dos días y partimos.
Así que ahí estuvimos, nos subieron a una camioneta y fuimos rumbo a las sierras, a los corrales de caballos para ensillar. Para el paseo que fue bautismo de cabalgatas para Vanesa. Y no importó más nada después de eso, pero el paseo es un capítulo a parte. Para mi sigue siendo la mejor jornada de Miércoles que pudimos haber vivido. Y una foto no es más impresionante que la otra. Son todas las imágenes que quedan en la cabeza las que importan. Algún día cuando alguien busque concejos, que no los encuentre, porque las experiencias son las mejores concejeras de viaje.




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