El fuerte y una aproximación a la sed en el desierto
Tandil, Buenos Aires, Argentina.
Tras el recorrido lleno de misterios con las sendas peatonales cruzando la ruta en medio de la nada y la vista a cuadros coloridos del camino entre girasoles, arribamos a la ciudad. Entonces pude comprobar algo que sería una constante en este y en los siguientes viajes que emprenderíamos con Alejandro: definitivamente, de entrada Alejandro se pierde. Así de sencillo. Y puede sonar gracioso pero no lo es cuando es él el que maneja y además es más terco que una mula. Así que No vamos a hablar de las innumerables vueltas que terminaron siendo nuestra primera aproximación a la ciudad a la ciudad mientras intentábamos ubicar el hotel para el check in. Yo, copiloto fiel y atenta al lado, mirando el mapa con la app (por aquellos días maps me, pero debo confesar que luego ya no volví a usar más estas apps porque me he vuelto adicta al diálogo personal con los vecinos, son mejores mapas que los mapas) en el celu marcando el camino... y él, diciendo que que era por ahí mientras yo ¡Veía como la flecha azul iba en al dirección opuesta que él indicaba!
Sin más remedio apague el celu y me deje llevar. Empece a preocuparme más por lo que pasaba del otro lado del cristal, por las calles que subían y abajaban, las casas de construcción más bien baja y a lo lejos, el eterno nubarrón que no eran más que los cerros.
Tras varias vueltas logramos encontrar el lugar ya pasado el medio día. Así que después de hacer lo propio con el check in decidimos no desaprovechar la tarde e irnos a recorrer al menos cerca. Así fue como llegamos a una plaza con leones y el monumento a Gardel y al primer piloto que voló un aeroplano en américa, Guido Dinelli, calabrés de 35 años quien el 25 de Mayo de 1904 voló desde el Cerro Garibaldi, y que tras 180 metros suspendido en el aire, logró hacer soñar con volar a todos en su época. Estos están en la Plazoleta Pinocho, cerca de la entrada al Fuerte.
En esa zona están también los leones (de estilo francés propio de la época, como leí luego por ahí) como el que se ve en la foto de imponente porte que te dan la bienvenida y desde ahí, solo es cuestión de caminar por la cuesta en ascenso directo al acceso al Fuerte. Ahí una arcada imponente nos recibió y una placa a su lado deja leer la historia de su emplazamiento allá por 1923 en el centenario de la ciudad, como regalo de la comunidad italiana. El acceso por la avenida Avellaneda está presidido por una fuente conmemorativa de Las Nereidas.
Se puede ascender en auto, pero también por medio de un recorrido entre los árboles (cedros, pinos, eucaliptos, tunas, retamas, tipas y acacias) que comienza en una escalinata de piedra y si uno continúa el recorrido de las escaleras, puede bajar de nuevo incluso por el lado del parque del lago, a la altura del dique.
Nosotros fuimos por ese camino. Ir subiendo entre los árboles da una sensación de inmensa paz. A medida que uno va ascendiendo va teniendo bellas postales de la ciudad que empieza a recortarse sobre el horizonte de árboles.
Pero, como podrá imaginarse el lector, si bien el recorrido no es exigido y el ascenso es por medio de escalinatas de piedra, nosotros veníamos de salir como para no desaprovechar la tarde y de golpe pasamos al ascenso: sin comer y sin llevar agua.
La sed empezó a hacer lo suyo a mitad de camino.
Y este sería un tema que nos acompañaría en distintas aventuras en lo sucesivo, la sed y el agua. Uno aprende de esta forma cosas importantes casi sin querer. Porque si bien en la sima hay un restaurante,estaba cerrado cuando llegamos.
NOTA: Llevar agua cuando uno sale, nunca se sabe cuanto tiempo va a llevar fuera ni si va a tener oportunidad de comprarla donde va.
En la cima destaca el Castillo Morisco, la blanca construcción que un poco recuerda a las construcciones dejadas por los moros en España y algo ha de tener que ver al menos en su reminiscencia, ya que así como el arco de entrada fue donación de la colectividad italiana, el castillo lo fue de la colectividad española. Tiene, el mismo, una escalera que permite acceder a las torres y al puente, desde donde tener una panorámica de la ciudad.
Desde arriba uno empalma el camino nuevamente y uno se encuentra con cañones apostados cerca de la estatua del Brigadier General Martín Rodríguez, quien antaño fundó el Fuerte Independencia que estaba donde hoy está donde hoy está la parroquia del Santísimo Sacramento,como bastión contra los malones de los indios pampeanos. Recuerden que ya desde el principio de nuestra aventura les conté que esta iba a ser una aproximación a los pueblos originarios y a la historia que se reescribió en estas tierras, tras las llamadas campañas del desierto. El autor de la obra es Arturo Dresco. Y ahí mismo encontramos agua de lluvia que era retenida entre las rocas, tanta sed teníamos que los ojos nos brillaban y uno casi podía sentir la saliva acumulándose espesa sobre la lengua, pero tragamos tierra mezclado con aire y comenzamos el descenso hacia el lado del dique.
Encontramos al paso unos bellos cactus pequeños que crecían como bochitas, de forma salvaje, en la ladera. Avanzamos hasta ver el lago y la estatua que recuerda a Juan Fugl. Y entonces la sed ya era tanta que la mayor preocupación era volver al auto por el camino más corto para no deshidratarnos. Así que volvimos bordeando la bajada para automóviles hasta salir de nuevo en el arco de entrada de los italianos. De ahí, derecho a tomar agua como se podrán imaginar.
El mal llamado desierto y la sed no combinan bien. Uno se subjetiva demasiado. Pero la experiencia es muy buena y super recomendable siempre que sean más precavidos que nosotros. Como dato extra sepan que el castillo se ve, por ejemplo, desde el cerro del Calvario. Pero esa es otra historia.
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