Viajar liviano, para tener espacio para llenar la mochila de recuerdos... Latir y dejar que cada impulso nos lleve como la brújula de Sparrow, a cumplir los deseos más profundos de nuestro corazón. Descubrir y descubrirnos, es esta la experiencia.

Piedras en el camino

TANDIL, Buenos Aires, Argentina -.


¿Han contemplado la belleza que pueden encerrar las piedras alguna vez? Las hay de colores y de diferentes tamaños; las hay con distintos cortes, algunos provocados y otros producidos por la erosión del viento. Algunas se dice, caminan solas mientras otras forman bellas esculturas donde el equilibrio es la base de su fortaleza. También las hay de las que forman parte de ritos ancestrales, como las que forman parte de las apachetas ofrendadas a la Pachamama, o aquella piedrecita con la que cuenta la Biblia, David venció a Goliat. 
Las hay de todas clases e importancia, como la piedra fundamental en una ciudad o la piedra angular en una construcción; distintas a aquellas de las que se meten en el zapato y te persiguen por cuadras torturándote el pie. Y como esas, hay otras más osadas, de las que una vez pisadas, cambian todo para siempre. Esas son las que he dado llamar, piedras piratas. Porque una vez en tu camino, te dejan con pata de palo como al más bravo de los mares antiguos.


Así viene siendo la historia de la piedra con la que topé al salir del Complejo del Cerro El Centinela. Una piedra pirata, una piedra cualquiera camuflada entre tantas otras, que de hecho, aún después del percance, me hubiera sido imposible identificar. Lo cierto es que una vez pisada, un dolor punzante me subió por el tobillo y evitando la caída para preservar la dignidad, me fue imposible volver a pisar el piso sin sentir que me estaban matando el tobillo izquierdo.
No pude menos que recordar que subiendo a ver el Quijote, pensaba en la importancia de tener mis pies y poder subir con ellos, pensando ahora, en modo casi premonitorio. 
Bajar la cuesta hasta donde se encontraba el auto fue tarea de titanes. Con mucha ayuda y paciencia los poco más de 500 metros que parecían miles pudieron hacerse. Solo me detuve para contemplar una en particular, completamente redondeada. Habíamos hablado de esto antes de llegar a Tandil: las piedras más antiguar son redondeadas porque fueron erosionadas de forma natural, en cambio las que presentan caras anguladas y cortes fueron modeladas por la mano del hombre y de los picapedreros. Por ende, aquella roca parecía bastante vieja. Ale me miró, yo lo miré... fue imposible evitar su embrujo. Así que cargamos la piedra y la trajimos con nosotros como recuerdo de aquella aventura.
En las horas siguientes el pie fue cambiando de tamaño, casi como si tuviera vida propia y el dolor se fue acentuando. La noche me encontró con el pie vendado que nada tenía que envidiarle a las más vieja de las momias egipcias.
No mucho más, el día terminó envuelto en esos vendajes junto al pie... y la duda sobre si cabalgar o no cabalgar... he ahí la cuestión.

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