El Quijote y el cactus
Tandil, Buenos Aires, Argentina.
Tras visitar a laviuda al pie del Cristo, a pocas cuadras, encontramos otro cerro al que se
podía acceder por medio de una empinada pendiente. Así que después de la
experiencia en el sube y baja del estacionamiento, decidimos dejar el 12 estacionado en la base y hacer el tramo de
ruta de acceso a pie sobre la entrada de Villa del Lago.
El cartel en la entrada ya avisaba a los automovilistas que la pendiente era pronunciada. De a tramos esto se sentía, sobre todo después de la primera curva, cuando miramos para arriba y vimos que a pata, se notaba bastante lo que faltaba.
El cartel en la entrada ya avisaba a los automovilistas que la pendiente era pronunciada. De a tramos esto se sentía, sobre todo después de la primera curva, cuando miramos para arriba y vimos que a pata, se notaba bastante lo que faltaba.
Lo curiosos fue que entre la vegetación que bordeaba el camino de tierra de la subida, además de los espinillos había cada tanto, enormes hojas de cactus salvaje que se esparcían salpicando el paisaje hasta la base de las montañas a lo lejos.
Y a mí que siempre me gustaron los cactus los ojos me brillaban. Pero ni para sacarme fotos nos pudimos parar porque tan empinado se presentaba el asunto y tan cansado se empezaba a sentir uno cerca del medio día, que parar hubiera sido dificultar la subida.
como tanto, algún vehículo más bien de modelo nuevo nos pasaba zumbando con dificultad espasmódica el motor y con Alejandro nos mirábamos agradeciendo haber dejado el 12 al pie del camino para no forzarlo innecesariamente.
Agradecía con cada paso silenciosamente al cielo por mis dos piernas, sin ellas no hubiera podido llegar hasta ahí. Puede parecer una zoncera pero la verdad es que uno suele no notar estas cosas hasta que faltan. En ese momento no podía saber lo que días más tarde ocurriría, sin embargo, ese pensamiento si volvería de forma recurrente por años a mi.
Ya de lejos se adivinaba entre las rocas la punta de lanza del Quijote. Porque a su encuentro íbamos en la punta del cerro. Ahí, está la escultura de Don Quijote, Sancho y el Molino malvado al que miran desafiantes. En un lugar de tierra del viento como puerta al sur, creo personalmente que la referencia es muy oportuna.
Agradecía con cada paso silenciosamente al cielo por mis dos piernas, sin ellas no hubiera podido llegar hasta ahí. Puede parecer una zoncera pero la verdad es que uno suele no notar estas cosas hasta que faltan. En ese momento no podía saber lo que días más tarde ocurriría, sin embargo, ese pensamiento si volvería de forma recurrente por años a mi.
Ya de lejos se adivinaba entre las rocas la punta de lanza del Quijote. Porque a su encuentro íbamos en la punta del cerro. Ahí, está la escultura de Don Quijote, Sancho y el Molino malvado al que miran desafiantes. En un lugar de tierra del viento como puerta al sur, creo personalmente que la referencia es muy oportuna.
Las esculturas de Don Quijote de la Mancha (de aproximadamente cinco metros de alto) y Sancho Panza (de tres y medio) dejan a sus espaldas el lado del fuerte para mirar con sus ojos d hierro al molino. Según supe, la obra fue realizada por Alberto Vinsennau, Ernesto Santiago y Gustavo Andersen.
La vista desde la cima es muy buena, se ve todo el lago detrás de las esculturas, aunque también debe hacerse notar el viento, que es importante y despeina de lo lindo.
Nota: imposible salir con el pelo en orden en una foto.
Y mientras todos se can fotos, si tenemos un ratito para escudriñar a nuestro al rededor, nos vamos a topar con la ermita de la Virgencita. Es pequeña y bonita, un buen momento para dedicar una oración agradeciendo el viaje.
El regreso, como podrán imaginarse, es más ameno. La bajada es rápida y fácil. También es el momento oportuno para salirnos un poco del camino y acercarnos a uno de esos cactus que vimos en la subida. Ideal para encontrar, por ejemplo, alguna hoja suelta entre los pastizales que el estoico Alejandro no dudara en agarrar con sus manos, aunque el resto de la bajada se le convierta en un Via Crucis personal que coronará con un rosario de espinas para rezar mientras se las saca en el auto. He ahí al Quijote de carne y hueso.
La vista desde la cima es muy buena, se ve todo el lago detrás de las esculturas, aunque también debe hacerse notar el viento, que es importante y despeina de lo lindo.
Nota: imposible salir con el pelo en orden en una foto.
Y mientras todos se can fotos, si tenemos un ratito para escudriñar a nuestro al rededor, nos vamos a topar con la ermita de la Virgencita. Es pequeña y bonita, un buen momento para dedicar una oración agradeciendo el viaje.
El regreso, como podrán imaginarse, es más ameno. La bajada es rápida y fácil. También es el momento oportuno para salirnos un poco del camino y acercarnos a uno de esos cactus que vimos en la subida. Ideal para encontrar, por ejemplo, alguna hoja suelta entre los pastizales que el estoico Alejandro no dudara en agarrar con sus manos, aunque el resto de la bajada se le convierta en un Via Crucis personal que coronará con un rosario de espinas para rezar mientras se las saca en el auto. He ahí al Quijote de carne y hueso.
De ahí en más la historia se trata nuevamente de enfrentar una subida con el 12. Si, en Tandil, los desniveles del terreno son notables. Pero esa es la historia del corazón de acero.


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