Postales desde Irán
¿Cuándo empieza un viaje? Algunos pueden decir que el
viaje empieza en el momento en que uno se sube al auto, colectivo, avión o
medio de transporte que exista y comienza a moverse. Otros cuando se toma la
decisión de realizar la compra de dicho boleto eligiendo destino. Incluso, en
el momento que una vez tomada la decisión, uno comienza a ahorrar para pagar el
viaje o para comprar los elementos necesarios para realizar una versión low
cost del mismo (dependiendo del estilo con el que se elija hacer las cosas). Tal
vez, ¿En las clases de geografía de la escuela? ¿Cuándo se decide coleccionar monedas
y estampillas de cartas que llegan desde lugares remotos, por azar a nuestras
manos? ¿O aún antes? Entre las páginas de Robinson Crusoe de Daniel Defoe, La
vuelta al mundo en ochenta días de Julio Verne, y las fotos de los frondosos bosques
de los Tepuis de la Gran Sabana Venezolana publicados en un libro de National
Geographic.
Todas las opciones son
válidas.
Pero yo les voy a decir cuando
empezó el mío. Fue en septiembre de 2010. Por aquel entonces estaba yo por
terminar de cursar el último año de la Tecnicatura en Comunicación Social que
estudiaba en mi ciudad, San Nicolás (Buenos Aires, Argentina). Y como la mayoría,
había oído hablar alguna vez de los mochileros. Esos “loquillos” lindos que “creen
que es posible andar el mundo sin tener en cuenta lo peligroso que es”. ¿Les
suena esta afirmación? A mí sí. Cuando por casualidad salía el tema en alguna
conversación familiar siempre se hablaba de lo peligroso que era lo que hacían:
“eso de subirse al auto de un desconocido, más para una mujer sola”. Y entonces
salen a relucir algunos nombres de tristes historias de la ruta. Mientras que
en las reuniones sociales se escuchan definiciones de “hippie con plata” porque
se asume que si una persona viaja, con la economía tan inestable de este
hermoso país, no puede ser por otra cosa más que porque se tiene plata.
Pero en septiembre de 2010, y
en una tarde de sol en las que es costumbre salir a caminar por la costanera y
terminar tomando mate a la vera del río Paraná, se nos acercaron a Alejandro (por
aquel entonces mi novio, hoy mi esposo) y a mí, una joven pareja que vendía
postales: Laura y Juan Pablo. La gente vende muchas cosas: pan, pastelitos para el mate, torta
frita… pero la foto de un cartel de ruta en Irán donde se ve un camello y el camino
se pierde entre las dunas, sin duda capta la atención. Les
compramos la postal y escuchamos su historia.
Aún conservo aquella postal.
Dos mochileros. Abrí los ojos
de par en par.
La buena energía era pegajosa.
Hacía tiempo que había empezado el proyecto de juntar monedas de distintos países.
Demás está decir lo difícil que puede resultar esto cuando uno no es el que
viaja. Pero con ellos delante no pudimos dejar pasar la oportunidad de
preguntar sino habrían traído en el fondo de algún bolsillo algunas monedas
perdidas de algún lugar lejano. Y así, como quien no quiere la cosa, días más
tarde llegaron a mis manos monedas de distintos países latinoamericanos que
Laura gentilmente aportó a mi pequeña colección. Como agradecimiento,
organizamos una charla en la localidad de La Emilia, donde yo trabajaba como
periodista, para que pudieran contar su experiencia mochilera y mostrarles a
los chicos que el mundo no está tan lleno de monstruos prestos para comernos
como todos solemos pensar.
Las historias nos envolvieron
y el mundo nos abrazó con las anécdotas de cada rincón del planeta que pisaron.
No sé cual habrá sido la impresión que los asistentes a la charla se llevaron.
Pero si puedo decirles que yo, aquel día, tuve la convicción de que solo es
imposible lo que no se intenta. Esta primera aproximación vino a romper estereotipos y a despertar la curiosidad sobre el autostop; sin embargo, todavía hacía falta más para animarse a salir a la ruta.

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